Ya desde el metro íbamos todos en pandilla hacia el mismo sitio: La san silvestre vallecana.
Unos disfrazados de cosas diversas y otros con el atuendo de corredor y yo que iba acorazada especialmente para el frio y la lluvia: botas de montaña, paraguas, chupa, forro polar, bufanda, guantes, pantalón de pana. Cuatro grados, son muy pocos para estar parada mirando, y hay que prevenir.
Lo cierto, es que no pensaba ir, no me gusta correr con lluvia, y hacía demasiado frio, pero sonaron las cinco y me vi impulsada como por un resorte.
--¿Adónde vas?
--A la san silvestre
--Pero, no irás a correr, ¿verdad?
-- No, sólo a mirar.
¡Ejem! Es un decir, pero no adelantemos acontecimientos.
Decía que desde el metro ya íbamos en procesión y luego con dirección a la pancarta de salida, también. ¡Buff! No me quiero imaginar lo que me voy a encontrar en el Bernabeu.
Me chocó encontrarme a voluntarios poniendo vallas al final de la subida de Concha Espina y toda la curva. Pero bajé hasta la línea de salida, por la acera, que entre las obras, las vallas, y los muchos que subíamos y bajábamos era un poco dificil. Y cuando llegué abajo y vi el tomate que se podia vislumbrar a través de la alambrada, me dí la vuelta y me subí a hasta encontrar un lugar sin vallas ya en la zona de Serrano. Pero había allí montones de corredores que estaban por el medio del recorrido, calentando, con vistas a salir disparados en cuando oyéramos el grito de salida del locutor (porque desde allí se oia perfectamente). Y dieron la señal de salida y comenzó el diluvio. Los corredores que estaban calentando se pusieron a correr, y después llegaron los coches oficiales y los corredores sub38, detrás. Iban muy apelotonados y compactos. Diluvia con viento y hace mucho frio. Dudo entre irme a casa en el metro más cercano o hacer parte del recorrido andando por la acera, hasta otra estación. Je,je. Ganó la segunda opción. No había practicamente gente mirando. Únicamente algunos poco previsores que estaban refugiados debajo de un kiosko.
Este trozo es cuesta abajo, y decido probar qué tal se corre por encima de una acera desigual, llena de baches y charcos con mis botas montañiles. Regular, claro, pero me gustó tanto la experiencia, que fui así hasta el kilómetro tres y medio, entre trozos andando y trozos corriendo, con lluvia, con granizo, y con mi paraguas abierto.
La gente se suele poner tan lejos de la acera, que podia ir corriendo en la castellana por el asfalto detrás de los espectadores.
¡Qué bonito! ¡Qué show! ¡Qué experiencia tan extraordinaria!
Llegué a casa, empapada por todos lados, entre el sudor y la lluvia, hasta el paraguas tenía goteras, y me dió tiempo a ver la retransimisión de la popular y de la profesional.
( Los locutores cada día son peores, estoy pensando si lo hacen a propósito así de mal ).
¡Qué maravilla! ver la carrera corriendo al lado de ella, sin presión, adelantando con mis botorras y el paraguas incluso a corredores.
En un tramo de Vitruvio, que me paré a mirar la llegada del tercer y populoso grupo, por poco me atropellan: eran tantos que no cabían por la calzada, e iban por las aceras.
¡Qué extraña sensación eso de ver a tanta gente que se te echa encima!. Una marea rosa que te envuelve como si fueran un banco de sardinas, menos mal que nadie se chocó conmigo, ni se tragó mi paraguas, porque ciertamente estaba un poco preocupada pero no lo podía cerrar: diluviaba.
Me han quedado muchas ganas de correr esta carrera. (¡Qué faena! ,¿no? ja,ja,ja)
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